Solidaridad con nuestros mayores frente al COVID-19

Que los mayores son los más vulnerables al COVID-19 era algo que ya se venía avisando desde el inicio de esta pandemia. Señales de alarma que han sido ignoradas, provocando la muerte de miles de ancianos en nuestras residencias. Miles de personas que forman parte de una de las mejores generaciones de nuestra historia.

La ausencia de test generalizados impide saber con exactitud el drama que han vivido los centros sociales de la tercera edad, pero se estima que al menos 15.414 ancianos con diagnóstico positivo o síntomas de coronavirus han fallecido en residencias de toda España. Vidas que se han apagado sin sentir el último beso de despedida de sus seres queridos.

Ante esta dramática situación como vicepresidenta de la Unión Europea de Mayores, denuncié publicamente la vulnerabilidad de nuestros mayores. Lo hice haciendo hincapié en los que están viviendo esta pandemia en la soledad de sus hogares, y en los residentes en centros de la tercera edad, pues no podía permanecer impasible viendo como el 68% de los fallecidos en España por COVID-19 lo conforman las personas de edad que viven en centros sociales.

Después en mi calidad de presidenta nacional de la Asociación de Familias y Mujeres del Medio Rural (AFAMMER), movilicé a las mujeres rurales que AFAMMER tiene por toda España para fabricar mascarillas y material de equipamiento para nuestros sanitarios y nuestras residencias de la tercera edad. Una iniciativa que ha llamado la atención de diferentes empresas privadas, que nos están haciendo llegar material homologado y de calidad para seguir protegiendo a nuestros mayores y a sus cuidadores.

En unos momentos donde la solidaridad y la empatía son más necesarias que nunca, no puedo evitar sentir tristeza al ponerme en la piel de las personas de edad que viven en los centros geriátricos. En el desamparo que han tenido que sentir viendo como sus compañeros enfermaban y después morían, y en el miedo que deben sentir al pensar que ellos pueden ser los siguientes en irse de este mundo sin poder despedirse de sus seres queridos.

Tampoco puedo dejar de pensar en el personal de estos centros, que no han contado con las herramientas necesarias para protegerlos y han visto con impotencia como el virus se llevaba a muchos de sus residentes. Trabajadores que han puesto por delante su vocación y responsabilidad, poniendo en riesgo su propia salud y las de su círculo más cercano. Acompañando y cogiendo de la mano a los que no han podido sobrevivir al coronavirus para que no se sientan solos en sus últimos momentos.

Y por supuesto, no puedo evitar ponerme en el lugar de las familias de los residentes fallecidos que no solo viven la pena por la ausencia, también sufren el dolor de no haber podido verlos una última vez. Y del resto de familias, que viven la angustia y el temor de que el COVID-19 también se lleve a sus familiares.

No hemos podido salvar a los miles de mayores que han fallecido, pero aún estamos a tiempo de evitar que el COVID-19 se lleve a toda una generación que nos lo ha dado todo, que nos ha cuidado y nos ha ayudado cuando más lo hemos necesitado.

No dejemos morir así a quienes tanto han sufrido y han dado por nosotros. No los abandonemos a su suerte, pues hoy más que nunca necesitan nuestra protección. Pues una sociedad que no entiende la importancia que tienen nuestros mayores no aprenderá a saber de dónde venimos, cómo somos y hacía donde queremos ir.

Artículo de opinión de Carmen Quintanilla Barba, presidenta nacional de AFAMMER