Vivir en un pueblo: Solana del Pino

Hace unas semanas visitaba mi casa de pueblo, y como siempre que voy, me gusta dar un paseo por sus calles, hablar con sus gentes y ponerme al día de cuanto sucede en él. En realidad no es difícil hacerlo. En media hora, puedes llegar de punta a punta, encontrándote con más de la mitad de sus vecinos que buscan en la plaza el refugio donde compartir sus días.

Hablo de Solana del Pino, un pequeño municipio de poco más de 300 habitantes censados, situado al sur de Puertollano; concretamente, a unos 45 kilómetros al sur de la ciudad minera de la que la separa una carretera llena de curvas y con un pavimento cuya renovación se quedó a medias hace años que hace que para cubrir ese tramo se emplee no menos de 35-40 minutos, si conoces el trazado (52 minutos según Google Maps).

Allí, como en el actual clima biestacional, pueden distinguirse dos grandes momentos del año. El primero, desolador, triste, con sus calles vacías. El segundo, cuando llegan los meses de mayo y julio, en los que los pocos que quedan en el pueblo, engalanan sus calles, sacan lustre a sus patrones, permitiendo que los que vuelven, disfruten de las fiestas en honor a la Virgen de la Antigua San Pantaleón, que además sirven como reencuentro entre los que viven lejos durante el año y aprovechan para regresar y enraizar de nuevo.

Durante esos días el pueblo vuelve a latir, caminas por las calles mientras escuchas voces que suenan familiares aunque hace tiempo no escuchabas.

Una de las preguntas que más se repetirse entre quienes vuelven es “¿cómo va el pueblo?” y las respuestas, por lo general, suenan poco halagüeñas, pues casi siempre recuerdan a quienes han fallecido en los últimos meses, a los que hace tiempo no ven por sus calles porque han cambiado de residencia habitual y a las penurias a las que se enfrentan a diario cuando se refieren a los servicios a los que tienen acceso.

La mezcla de esos tres ingredientes (envejecimiento, éxodo rural y falta de servicios), provocan el desencadenamiento de consecuencias que no solo afecta en forma de despoblación en este pequeño municipio manchego sino que  se reproduce en centenares de poblaciones de toda España con las mismas trágicas secuelas.

De los 333 habitantes censados en Solana del Pino, según los últimos datos oficiales registrados en el INE el pasado 1 de enero de 2019 (94 personas menos que en el año 2011), 235 son personas por encima de los 45 años. En 2018, tan solo había 19 menores de edad empadronados en el pueblo y menos de una decena ocupaban plaza en el colegio de educación primaria Nuestra Señora de la Antigua, agrupados en el mismo aula, en uno de esos centros que bien podrían ser una academia de clases particulares que miran con preocupación la escasa natalidad en los municipios, mientras sus niños crecen y salen fuera para seguir preparándose ante los retos que plantea el futuro. Solana es ejemplo de jóvenes con talento, que como Gabriel, Beni, Ana o Carolina, que han estudiado derecho, medicina, historia o educación física y que más que posiblemente, solo regresarán de paso al lugar que les vio crecer.

A priori, Solana del Pino, como tantos otros pueblos, cuenta con unos servicios básicos que lo mantienen con vida. Tiene centro de salud, una ambulancia permanente, servicio de correos, una entidad bancaria, una farmacia, varias tiendas de ultramarinos, una panadería, un mercadillo semanal y hasta varios bares en los que elegir dónde echar la caña y la partida, que hace años, cuando había equipo de fútbol tenían tema de conversación. No ganábamos casi nunca, pero los fines de semana la diversión en el campo de fútbol, que ahora es el helipuerto, estaba asegurada. El pueblo disfrutaba y nosotros con ellos.

Pero, ¿es suficiente con esto?

La respuesta es clara. No es suficiente la prestación de servicios que se tiene en municipios como éste y por eso, y por las faltas de oportunidades laborales, la gente decide salir fuera a probar fortuna y dejar los municipios como segundas residencias.  Más del 30% de la población en esta localidad está en situación de desempleo, resignados a vivir de los trabajos temporales como guardas forestales, bomberos del Infocam, temporeros en época de aceitunas o albañiles en los planes de empleo municipal. Mientras esos trabajos llegan, toca subsistir con las cosechas de los huertos, la carne de matanza y de presa, y las pequeñas chapuzas de las que no suelen tributar “porque no trae cuenta hacerlo”, como tampoco sale a cuenta invertir en estos municipios para emprendedores, por la escasa clientela potencial y por las trabas burocráticas (que se resuelven en administraciones situadas fueras del municipio) y cargas tributarias que conllevan, iguales a las de la gran ciudad.

Hace semanas los farmacéuticos de Solana del Pino y San Lorenzo de Calatrava, se hacían eco de su situación, manifestando que los estipendios que reciben son por la proporción de medicamentos que venden, enfrentándose además a unos turnos de guardia similares a los que otros compañeros hacen en la ciudad, cuando las necesidades y las demandas son obviamente distintas en el medio rural; y por tanto, los beneficios jamás podrán ser como los obtenidos cuando se atiende a poblaciones mayores. En esta misma situación se encuentran los emprendedores y autónomos en el medio rural. Mientras el Estado no distinga entre las variables para fijar sus cuotas la de establecerse en nuestros pueblos, los aventureros que decidan emprender seguirán siendo una minoría absoluta.

No se deben olvidar tampoco la situación por la que atraviesan los pacientes del medio rural, que, por desgracia, tienen que someterse a tratamientos como la diálisis o la quimioterapia, midiéndose no solo a su dureza sino también a la tortuosa necesidad de tener que hacer el recorrido hasta el hospital más cercano, acompañados de otros pacientes con los que peregrinan por diversas poblaciones para maximizar los beneficios de nuestro sistema sanitario, pero obviando sus derechos mínimos como pacientes.

Tener acceso a Internet, cobertura móvil en todas las líneas móviles, una biblioteca municipal, un centro de mayores, una gasolinera cercana, una reducción de las tasas municipales, o una mayor disposición de líneas de autobús (actualmente salen dos de lunes a viernes), entre otros servicios, son retos que las administraciones públicas deben plantearse para fijar población en nuestros núcleos rurales. Sin ellos, nuestros pueblos seguirán muriendo y nuestro patrimonio cultural, histórico y social con ellos.

Hoy nuestros pueblos ocupan el 85% de todo el territorio español, abarcando a un 20% de la población de nuestro país. Según los últimos resultados registrados por INE, en España contamos con 1.300 municipios con menos de 100 personas empadronadas y 3.225 núcleos de población en los que no vivía nadie que los sitúan como puntos en verdadero peligro de desaparición, lo que supondría una grave pérdida etnológica, económica y ambiental.

¿Podemos perder más tiempo?